El Olfato

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El sentido del olfato es el primero que se estimula con la Aromaterapia. Con diferencia, es el más agudo de nuestros sentidos, aunque continúa subestimándose su influencia.

La influencia de los olores no siempre es consciente, pero no deja de ser primordial. La nariz, órgano que corresponde al sentido del olfato, simboliza la clarividencia y la perspicacia intuitiva en todas las tradiciones, lo «huele» todo, tanto en el sentido propio como en el figurado; cuando algo «nos da en la nariz», significa que tenemos sospechas.

A diferencia de los demás sentidos físicos, el olfato es el único que está directamente relacionado con el cerebro, los centros cerebrales conscientes no filtran ni censuran olores. Con el olfato se puede estimular la memoria y despertar recuerdos, tanto de esta vida como de vidas anteriores.

El olfato es el sentido más desarrollado al nacer. El bebé reconoce a su madre por el olor. Esto demuestra cuán importante es el olfato en la vida del ser humano.

Existe una relación entre los olores de nuestro entorno olfativo y nuestra disposición fisiológica y emocional del momento. Por ejemplo, respecto a lo que nos parece una situación, decimos: «Se respira en el ambiente», o «Esto no me huele bien».

Aunque nuestro olfato esté mucho menos desarrollado que el de muchos otros animales, la nariz del ser humano es capaz de captar sutiles diferencias en los olores. Con el olfato y el gusto podemos reconocer diversas sustancias en solución, por tanto, el sistema olfativo proporciona información sobre el «entorno químico». Si a través de la vista percibimos la apariencia de las cosas y los seres, con el olfato percibimos parte de su sustancia íntima. Las flores sólo desprenden aroma cuando liberan algo de ellas mismas.

Cuando respiramos, las fosas nasales retienen cientos de partículas aromáticas presentes en el aire. El olfato u olfacción es el sentido encargado de detectar y procesar los olores. Es un quimiorreceptor en el que actúan como estimulante las partículas aromáticas u odoríferas desprendidas de los cuerpos volátiles, que ingresan por el epitelio olfatorio ubicado en la nariz, y son procesadas por el sistema olfativo.

Las sustancias olorosas liberan a la atmósfera pequeñas moléculas que percibimos al inspirar. Para que una sustancia huela, debe ser capaz de liberar a la atmósfera un nº suficiente de moléculas/partículas, para conseguir estimular el sistema olfativo.

Estas moléculas alcanzan la mucosa olfativa, que consta de tres tipos característicos de células: las células olfativas sensoriales, las células de sostén y las células basales, que se dividen aproximadamente una vez al mes y reemplazan a las células olfativas moribundas. Los 20 o 30 millones de células olfativas humanas contienen, en su extremo anterior, una pequeña cabeza con cerca de 20 pequeños filamentos sensoriales (cilios).

El moco nasal acuoso transporta las moléculas aromáticas a los cilios con ayuda de proteínas fijadoras; los cilios transforman las señales químicas de los distintos aromas en respuestas eléctricas. Por increíble que parezca, todo este proceso tiene lugar en menos de dos segundos. Una vez el cerebro ha recibido varios impulsos del mismo olor, «desconecta» su respuesta, lo que significa que pasado un rato dejemos de percibirlo.

La nariz humana distingue entre más de 10.000 aromas diferentes.

Los receptores químicos del olfato son:

  • La glándula pituitaria roja: Se ubica en la parte inferior de la fosa nasal y está recubierto por numerosos vasos sanguíneos que calientan el aire.
  • La glándula pituitaria amarilla: Se ubica en la parte superior de las fosas nasales y presenta tres capas: células de sostén, células olfatorias y células basales.

Para estimular estas células, es necesario que las sustancias sean volátiles, es decir, han de desprender vapores que puedan penetrar en las fosas nasales, y que sean solubles en agua para que se disuelvan en el moco y lleguen a las células olfatorias.

Se cree que existen 7 tipos de células olfatorias, cada una de las cuales sólo es capaz de detectar un tipo de moléculas, éstas son:

  • Alcanforado: olor a naftalina
  • Almizclado: olor a almizcle
  • Floral
  • Mentolado
  • Etéreo: olor a líquidos de limpieza en seco
  • Picante
  • Pútrido: olor a podrido

Podemos clasificar nuestras reacciones frente al olor en dos grupos principales.

  • El 1º comprende gestos instintivos o automáticos, como abrir exageradamente los ojos en señal de placer o apartar la cabeza en señal de desagrado, así como la emisión de sonidos apreciativos o despreciativos, como «mmmm» o «puaj». Este tipo de reacciones proceden de una zona muy profunda del cerebro relacionada con el comportamiento instintivo, así como de recuerdos no conscientes (como de cuando éramos niños), que hacen que tales reacciones «parezcan» instintivas.
  • En el 2º grupo encontramos las que aparecen cuando el impulso olfativo llega a zonas menos internas del cerebro, donde almacenamos los recuerdos conscientes. En este caso, nuestra reacción acostumbra a ser verbal y analítica, y se traduce en frases como «este olor me recuerda a…». Los niños suelen tener el primer tipo de reacciones y los adultos cualquiera de las dos, o ambas a la vez (por lo general, la no verbal primero y la analítica a continuación).

Cabe destacar que las neuronas receptoras de los olores se sustituyen, cuando se degeneran, por nuevas neuronas que proceden de la división de las células germinales, situadas en la base del epitelio olfativo. Las células olfativas, son las únicas células nerviosas del cuerpo humano que se renuevan hasta la muerte.

Desde pequeño, el hombre aprende a distinguir los diversos aromas y los clasifica según sean «olores buenos» u «olores malos». Más adelante, en situaciones de debilidad física, o incluso enfermedad, es posible, a través del olfato, procurarse la curación utilizando los aceites esenciales.

Nuestro increíble sentido del olfato se traduce en algo más que un simple rasgo físico: puede transportarnos a través de la memoria hacia otros lugares y momentos, e incluso a estados emocionales diferentes. Gracias al olfato podemos interpretar miles de aromas en un instante. Nos afecta constantemente y muchas veces sin ni tan siquiera darnos cuenta de ello.

 El vínculo entre el olfato y las emociones es muy profundo. Ningún otro sentido tiene capacidad para actuar tan directamente sobre el ámbito más primitivo de la mente, que es la sede atemporal de nuestros estados de ánimo y nuestras emociones.

El sentido de olfato nos transporta, y en ese mágico viaje, revivimos experiencias y emociones largo tiempo olvidadas. El aroma de hoy se encuentra en la memoria con el aroma de ayer, sorteando los filtros de la mente consciente y lógica. Decía Rudyard Kipling que «Los olores son más seguros que los sonidos o las imágenes para quebrar los hilos del corazón.»

Un olor concreto puede desencadenar recuerdos que haya que observar desde una perspectiva distinta. La sutil cualidad de un aceite esencial puede penetrar en un área de la conciencia que haya quedado fija o limitada. Así nos enriquecemos con un entendimiento que tal vez no experimentamos en el pasado y que nos abre nuevas posibilidades.

Mediante estas íntimas conexiones con la mente primitiva e influyendo en las energías más sutiles, la Aromaterapia genera un efecto muy positivo y beneficioso que alivia el estrés y salvaguarda el bienestar emocional.